sábado, 28 de marzo de 2015

MIGUEL HERNÁNDEZ, SETENTA Y TRES AÑOS DE AUSENCIA

A MIGUEL, PRESENTE EN LAS AUSENCIAS

Hoy quiero llorar tu ausencia
y en la tuya la de aquellos
que cayeron en campo de amapolas
soñando primaveras.

Hoy quiero rimar un verso
en la metáfora ardiente
de la vida que se entrega
abriendo amaneceres.

Hoy quiero arañar los surcos
de yunta de niño hambriento
para sembrar la palabra
conjugando porvenires.

Ser rayo de incesante luminaria,
viento que abate los mástiles del miedo,
hombre al acecho
en moroso suceder de lunas.


domingo, 22 de marzo de 2015

SU PRIMERA VEZ

El pasado mes de septiembre cumplió los dieciocho y empezó sus estudios universitarios. A primeros de marzo terminó su primer cuatrimestre en la facultad con unas magníficas calificaciones, fruto de su esfuerzo personal y de haber tenido el sentido común de elegir estudios siguiendo su vocación. Y hace unas horas ha estrenado su mayoría de edad ciudadana ejerciendo su derecho a voto. Ayer me pidió que fuéramos los dos juntos en esta mañana de primavera sevillana entreverada hasta el colegio electoral. Era su primera vez y quería compartirla conmigo, que yo le llevara de la mano en ese laico rito iniciático de la primera votación, más que nada por cuestiones prácticas porque las otras, las de conocimiento y reflexión, ya las había puesto él de su cosecha.

Y yo encantada. En todos los años que llevo empadronada en Sevilla, siempre he ido a ejercer este derecho sola y, ¿por qué no decirlo?, también me causaba cierta emoción que mi hijo quisiera que yo fuera testigo de esa experiencia, pero sobre todo porque sé que para él no ha sido un mero trámite pues en las semanas anteriores habíamos hablado muchas veces de sus dudas y preferencias, de programas electorales, que se estaba leyendo con detenimiento, y de candidatos, escándalos y corruptelas, así como de la naturaleza del poder.

Por eso afirmaba antes que a la hora de madurar su elección no había necesitado muletas, que él por su cuenta se había encargado de buscar, cotejar y discernir. Con la importante formación humanística que a sus años lleva ya a las espaldas más quiero pensar que el ejemplo de haberme oído tantas veces decir que a pesar de todo hay que votar, aunque nada te convenza y tu voto sea nulo a manera de protesta, y además en mi caso como mujer, que costó mucho a nuestras antepasadas arrancar ese derecho como para ahora hacer dejación de él, no me cabe duda de que esta mañana llevaba los deberes bien hechos.

Una vez que entramos en el colegio, se detuvo a mirar todas las papeletas. "¿No la encuentras?", le pregunto. "Quiero ver todos los que se presentan, algunos no los conocía. Son curiosos", me responde señalando alguna papeleta. Pienso que es capaz de volverse a casa a buscar en internet incluso esos programas. Pero no. Quiere ir a la cabina porque el voto es secreto y dice no parecerle bien esa falta de pudor electoral de coger la opción entre los partidos expuestos en los bancos. Y a partir de ahí: el buscar la mesa, dejarme pasar a mí primero, entregar su documentación y por fin la acción de votar: un ligero temblor en la mano, no atina a la primera, momento cumbre del rito, de la vez primera, del estreno oficial como ciudadano. 

Y yo, que me siento orgullosa de mi aprendiz de historiador, de este joven recién estrenado en la adultez, que tan en serio se ha tomado el gesto democrático de elegir, un gesto denostado, y no sin razón, por tantos motivos de peso: listas cerradas, corrupción, falta de altura política de los candidatos, y de miras de los partidos. Esa madurez, que quiero suponer no le es exclusiva, sino que a buen seguro es común a una considerable parte de su generación, es para mí un signo de esperanza. Ellos son el futuro y vienen con fuerza. No quieren repetir nuestros errores, no quieren hacer dejación. Si algo no les gusta, van a cambiarlo, pero lo harán desde la reflexión, desde el conocimiento, desde la responsabilidad y tomando las riendas con sus manos. 

Dejadme que, a pesar de los agoreros, de las opiniones catastrofistas y de la realidad de un sistema educativo que es evidente no saca lo mejor de nuestros chicos y chicas, esta noche haga una apuesta por ellos, por su sentido crítico y su responsabilidad, por su deseo de no ser manipulados y por su afán de tomarse en serio sus derechos y deberes sin dejarse engañar por cantos de sirena, equivocándose, sí, porque también ellos tienen derecho al error, pero con la resuelta intención de hacer lo mejor posible las cosas. No sé a quién habrá votado mi hijo (el voto es secreto), ni si será la mejor opción o la que yo habría elegido, pero sí sé que no lo ha hecho a la ligera ni dejándose llevar cual borrego por el grupo, sino desde el conocimiento y la reflexión. Y eso sólo tiene un nombre: ser ciudadano y no súbdito.

sábado, 21 de marzo de 2015

DÍA DE LA POESÍA


Aunque en este blog la celebramos y amamos todo el año, no está de más recordarla también en su día.

jueves, 19 de marzo de 2015

PAPÁ


Nunca tuviste náuseas matutinas, ni se te hincharon las piernas o te salieron estrías. No podías sentir dentro de ti la vida, sólo de forma subsidiaria en mis palabras, en una imagen en una pantalla o en el tacto de la mano sobre el vientre. Tu cuerpo no se transformó, pero te aclimataste a cada cambio del mío. No pariste, pero acompañaste cada contracción, cada pujo, cada exhalación. No amamantaste, pero fuste alma nutricia desde el primer vagido. No te hicieron falta subidas hormonales para enamorarte de tus crías, te bastó con la primera mirada, con olfatear su olor a pan tierno, sentir el tacto de terciopelo cálido y oír la llamada de su llanto. 

Fuiste el refugio seguro de sus primeros pasos (dadda, dadda, Samir, dadda, Saluita...) y la voz que les traía sonidos y fonemas allende el Estrecho. Tu panza fue cuna de sus primeras siestas e improvisado parque infantil en juegos matutinos cuando ellos eran el mejor despertador en fines de semana. Has acunado insomnios y calmado miedos con paciencia infinita, rascado espaldas (tetté, papá, tetté) como cuerdas de guitarra, te has dejado coger coletas y meter goles en el parque y te has tirado al suelo (al suelo, papá, al suelo) para jugar con los playmobils mientras no te dolían prendas en cambiar pañales, bañar criaturas o preparar cenas.

Has sido un poco papá oso, un tanto maestro y otro poco psicólogo y confesor. Has reído y celebrado con ellos sus alegrías, sus logros, y has estado a su lado en las preocupaciones y las penas, en esos dolores que el crecer conlleva. Has combinado límites y libertades, llamadas al orden con juegos y bromas. Te veo a su lado y a veces siento la punzada de los celos, pero no pienses mal, que enseguida se diluyen. Me basta con pensar que te quieren como a mí, que su apego infantil se ha transformado en cariño adolescente, ese que se mueve entre los extremos: del abrazo al "déjame", del beso al "no me entiendes", del "con mi padre nadie se mete" al "¡pero qué pesado eres, gordo!". 

Y es que todos estos años, desde el día en que unas rayitas rosas nos anunciaran que Samir venía en camino, te has levantado cada mañana dispuesto a ganarte a pulso ese título no se adquiere ni por sangre ni por genes, ese que sólo merecen llevar quienes lo trabajan y lo viven: PAPÁ.

Vaya esta entrada por ti, mi compañero de vida, padre con todas las letras, por ti Khalid, y por todos esos otros padres que como tú están a pie de vida entre pañales y notas, mocos y risas, juguetes y libros, cenas y baños, canciones y llantos, tanto en las primeras palabras como en los primeros amores, esos que saben mecer, acunar, consolar, reñir, estimular y consolar, los que, en cualquier circunstancia, incluso las más adversas, son expertos en pintar una sonrisa en la cara de sus hijos y hacerles comprender que, pase lo que pase, siempre siempre podrán contar con ellos, ¿verdad, Paco Reyes?

domingo, 8 de marzo de 2015

NO SOMOS UN PROBLEMA


Pues sí. Con esta perogrullada de título quiero comenzar hoy, 8 de marzo, esta reflexión en el que de ser día reivindicativo y de lucha, parece que se ha convertido en día festivo y de felicitaciones, que no hay nada como apropiarse y domesticar algo para que poco a poco pierda su chispa.

Permitidme que os diga que paso por una fase muy escéptica. Yo, que enarbolaba la bandera morada en cualquier acto de mi vida, que llevaba de la mano a mi hija a las manifestaciones soñando con el momento en que ella se hiciera su propia pancarta (porque lo de "Saluita es guapa, Saluita es lista y además feminista" se lo inventó ella sola parafraseando uno de los eslóganes), que saltaba a la primera de cambio y no dejaba que como mujer me pisaran ni de refilón, a estas alturas de mi vida siento cierto hartazgo de ciertas cosas, pero sobre todo estoy hasta el moño de ser "un problema".

Sí, vas por ahí y oyes que si el problema de las mujeres en el trabajo, que si el problema de la maternidad, que si el de la menopausia, que si el de los micromachismos, que si el de la propiedad de nuestros cuerpos, que si el de la identidad... Que de acuerdo, que yo no digo que no sean cuestiones importantes, y mucho, pero ¿cuándo vamos a hablar de las mujeres sin problematizarnos, sin vernos como una cuestión a resolver? Porque miren ustedes, nosotras no somos ni un logaritmo neperiano ni una cuestión a la que intelectuales y especialistas tengan que dar una respuesta. Nosotras no somos el problema, el problema es un sistema patriarcal que hace que grandes colectivos estén sometidos a la desigualdad por mor de su injusticia radical. 

Por eso no, yo no soy un problema y reivindico mi derecho a ser lo que soy: una persona, una persona que es mujer lo mismo que es gaditana, morena, amante de las letras o aficionada a la gastronomía, porque en este momento de mi vida me he cansado de que la biología sea destino y de que haber nacido en un determinado cuerpo tenga que marcarme y sobre todo convertirme en problemática. 

Cuando era pequeña no estaba del todo de acuerdo con ser niña. Evidentemente, en los años de mi infancia, ser niño era mucho más divertido, mucho mejor: a los niños no se les obligaba a hacerse la cama (tengo que reconocer que mi madre no era muy exigente con eso de las tareas domésticas, pero alguna para mi desgracia caía), los chicos no tenían problemas con las faldas ni con cerrar las piernas cuando se sentaban (con lo que a mí me gustaba espatarrarme), ellos podían llegar más tarde y nadie temía que les pasara algo por la calle... Sin embargo a mí, aunque por una parte se me espoleaba para que estudiara y fuera independiente, se me enseñaba recato, contención, se me amenazaba con el apocalipsis si no aprendía a coger un dobladillo o hacer vainica y, aunque sacara diez en todo, se me calificaba de inútil por no coger la escoba en condiciones. Y si a eso con el tiempo se le unieron los dolores de la regla, el que te consideraran un desastre por no echar mucha cuenta a la moda o no tontear como una pava con el sexo contrario haciéndote la idiota, decididamente ser chica no era ninguna bicoca.

Pasada la adolescencia,  me fui reconciliando con la cuestión de ser mujer porque es que, la verdad, también entendí que ser varón no era ni por asomo el culmen de la realización y la felicidad, y sobre todo porque descubrí que podía serlo a mi manera, que no tenía por qué seguir los patrones establecidos, que muchas antes que yo habían luchado para que eso no fuera así y que yo también podía unirme a su lucha. Y sí, me hice feminista, feminista de la igualdad. Y en la lucha descubrí que ser feminista representaba ponerse de parte de los débiles, de quienes viven en los márgenes, de todo el que sufre explotación o de la minoría ignorada, y que muchos confunden feminismo con hembrismo, que junto al machismo, es el peor enemigo de nuestra causa. 

Así que hoy la nómada transita por unos senderos en los que sólo desea que todas y todos gocemos de las condiciones necesarias para desarrollarnos y ser personas, que llegue un momento en que un día como el de hoy desaparezca porque deje de tener sentido, porque ser mujer, ser varón, sólo sea una característica más, hermosa y posibilitadora, y no un lastre, un destino inexorable que marque una vida.