Dicen por aquí que el levante es un viento que tiene
fama de diabólico y enloquecedor pero a mí, como todo lo transgresor, me eleva a una
especie de estado de gracia al arremolinar en furioso torbellino mis ideas,
purificarlas y devolvérmelas prístinas y nuevas, recombinadas en formas antes
nunca entrevistas, y es que este viento de mi tierra no es otra cosa que un
soplo enardecido de la ruah, un espíritu femenino con llamas encendidas.
Y por no hablar del placer que significaba de
niña, en los días en que ya empezaba a apretar el calor, correr cara al viento
y sentir cómo me levantaba esas horribles faldas ásperas del uniforme mientras
imaginaba ser un travieso espíritu del aire que volaba entre sus alas.
Por eso hoy que ha vuelto a soplar y a traernos más
calores, quiero dedicarle esta entrada del blog con el homenaje de este intento
de soneto.
Ven,
arrebata raudo mi sentido,
eres
la fuerza que mi tierra enciende
en
llamas de aire que su luz extiende,
ráfaga
de vida, ardiente latido.
Envuélveme
en tu soplo embravecido,
y
que así penetre mi ser tu duende,
arrebóleme
el halo que desprende
tu
fugaz estela, agudo silbido.
Tu divina locura creadora
se
trueque en mí mies de fruto abundante,
gracia
de tu energía arrolladora,
que
mi alma eleva en éxtasis amante
rendida
ya ante tu aura inspiradora,
don
de los dioses, viento de Levante.