jueves, 25 de septiembre de 2014

A MI HIJO SAMIR

Casi dieciocho años separan estas dos fotografías. En la primera, allá por el apenas comenzado otoño de 1996, posaba como recién estrenada madre con mi hijo de pocos días, que pasaba las horas entre mi regazo y mi pecho; ese ser diminuto y dependiente al que tan mío sentía que nada más el pensamiento de que crecería, sería niño, después adolescente y un día se escaparía de entre mis brazos me hacía estremecer. 

Hoy Samir, mi Samirín, es ese guapísimo (y no es pasión de madre) joven que en la segunda fotografía posa al lado de su padre y mío en la que fue su fiesta de graduación como bachiller, el flamante universitario futuro historiador que hace unos días se incorporó a las aulas de la Facultad de Historia, nuestro tirador de esgrima al que, ¿quién sabe?, lo mismo vemos en algún podium internacional, pero sobre todo mi niño de la noche que me preguntaba inocente si él no tenía poemas, el pequeño filósofo inconformista al que los interrogantes desde muy pronto asaetearon, el que todavía se refugia en mi abrazo cuando vienen fuertes las mareas, mi hijo, el mejor premio, junto a su hermana, que me ha dado la vida.

25 de septiembre, una de la noche: hace una hora que, según la ley, mi hijo es mayor de edad, aunque hasta las once y veinticinco de la mañana, momento exacto de su natalicio, quiero pensar que todavía es mi niño, que son las últimas horas de retenerlo antes del vuelo, ese que en realidad ya ha emprendido, por más que todavía no lo aleje demasiado del nido. 

Por eso hoy, Samir, mi regalo quiere ir en forma de poema.

Hoy quiero estar contigo
y ver la seda quebrada en tu crisálida
mientras despliegas al viento
las alas que para ti los años tejieran.
Hoy quiero contarte que aunque este mundo,
deshilachado y roto en heridas purulentas,
se quiebre y desmorone ante tus ojos,
no debes jamás ceder al desaliento.
No nubles nunca la mirada
con la niebla gris de la desolación,
sino busca en lo más hondo de tu espíritu
la llama que lo prende y que lo habita,
esa que es tan tuya que tú mismo eres
y en ella te confundes y te abrasas.
Vive la sangre nómada que te riega
transitando las fronteras de la noche,
que camino eres, instante y alborada,
ave fénix, ceniza y fuego.
Sumérgete en el lodo de la tierra,
inúndate con el frescor de los prados,
y báñate en la mar de tus ilusiones
sosteniendo la mirada al firmamento,
esfuérzate como hormiga,
pero canta como cigarra.
Busca tu dignidad en la dignidad de todos,
tu futuro en el porvenir del orbe,
que la justicia sea tu espada
y tu combate la solidaridad.
Mas  no renuncies a la alegría,
que para ella te engendró mi entraña.
Celebra la vida, aun entre pesares,
sí, hijo mío, celébrala con gozo,
bébete a sorbos su agua cristalina
a sabiendas de su frágil grandeza.
Pero aunque toques el cielo con tus dedos,
y llegues a acariciar el fulgor de una estrella,
por más que seas águila de altos vuelos,
sabes que mi regazo es para ti cálida acogida,
niño mío, Samir, para acunarte.


lunes, 22 de septiembre de 2014

OTOÑALES



Tarde de otoño,
cálido declinar
entre violetas.
(de La levedad del instante)


Resbala dorado el tiempo
por las azoteas grises del olvido,
llueven atardeceres de violeta
y el viento transmuta en marchitas mariposas
los despojos macilentos del estío.

Envolverme en las brumas de la tarde
empapada en rocío de humedades oscuras
sentir bajo mis pies el humus del la tierra
en amarillos ocres de ritmo acompasado
con olor a castaña y a poma madurada.

Quiero ser uva en lagar umbrío,
destilar mi mosto para embriagar el  aire, 
sentir la juventud del vino en mis arterias,
su bullicio de espuma en bota madre
decantado en lenta y amorosa solera.

                  Tiempo de sazón,
                               saudades vespertinas.

jueves, 11 de septiembre de 2014

¿ VEINTE AÑOS NO ES NADA?

Tal vez para Alfredo Le Pera, autor del famoso Volver, así sea y yo no se lo discuto, que en cuestiones de tiempo vivido todo es relativo, pero yo hoy no puedo sino estar en desacuerdo con esa afirmación de la letra del por otra parte hermoso tango inmortalizado por Gardel. Es cierto que, volviendo la vista atrás, el tiempo pasa en un suspiro y casi parece que el 11 septiembre de 1994 fuera ayer y que hoy me estuviera levantando tras una de las noches más hermosas que vivir pudiera, pero jamás podría afirmar que estos veinte años al lado de la persona que es y ha sido mi compañero de vida puedan calificarse de "nada".

Veinte años de gozos y dolores, de sentir la vida desbordarse en nuestros hijos y volar en la pérdida de seres muy queridos; veinte años de ilusiones y temores, de trabajo y lucha, de pequeñas alegrías cotidianas y algún que otro sobresalto; años para constatar que juntos podemos, que con fe y confianza saldremos adelante, pero sobre todo veinte años de apuesta por ese amor que un día nos hizo unir nuestras diferencias para vivirlas no como obstáculo insalvable, sino como fuente de riqueza y motivo de apertura.

Sí, veinte años para nosotros son algo más que nada. Constituyen nuestra vida en común, son la familia que hemos formado, los seres queridos, familiares y amigos, que han estado a nuestro lado, la aventura de acompañar a nuestro hijo, Samir, y nuestra hija, Salua, y enseñarles a abrir sus alas, las tres gatas que se disputan un lugar en nuestra cama... Son, en resumen, en lo que se han convertido ese joven bondadoso y tranquilo y esa rabo de lagartija inquieta y contestataria, tan distintos, que un día decidieron unir sus manos y caminar juntos. 

Vaya este poema por tí, Khalid, por lo gozado y lo sufrido, por nosotros y, ¿cómo no?, por la vida.

El tiempo es la fractura entre unos labios,
el aire que exhalan los besos perdidos,
la caricia olvidada al borde de la cama,
el rasguear moroso en las cuerdas del deseo.

Es el sutil envoltorio de la vida
que se proyecta en renuevos de esperanza,
hilo que engarzara gozos con pesares
en la hora sin fin desatada en anhelos.

En la parábola lanzada al infinito
uncirnos al amor a entraña abierta,
saltar sobre el abismo conjurando el miedo,
seguir la luz en medio de las sombras.

                        Somos tú y yo,
                                    peregrinos del alba.
(© del poemario Con la venia de Erato)