lunes, 6 de abril de 2015

MARÍA DE MAGDALA

 En este lunes de Pascua lluvioso en Sevilla, quiero desear a quienes se acercan a leer este blog una feliz Pascua en el renacer de la primavera y para ello nada mejor que acercarnos desde una lectura crítica de los textos, a un personaje femenino muy interesante por todo lo que puede simbolizar, un personaje que nos habla de fortaleza y libertad en un contexto en el que las mujeres no contaban y al que, como suele suceder, la mentalidad patriarcal intentó manipular tergiversando su figura: María de Magdala.

Desde los primeros siglos del cristianismo, la tradición occidental nos ha presentado una imagen de “La Magdalena” como pecadora arrepentida y penitente, cuyo ascetismo es el contrapunto de su pasado de mujer de mala vida, de prostituta, ocupación a la que, siempre según estos autores, se dedicaría antes de su encuentro con Jesús.  Pero si queremos apoyar estas afirmaciones en las Escrituras, nada más echar sobre ellas una somera mirada nos damos cuenta de que en ningún lugar de los Evangelios se dice que María Magdalena fuera prostituta, ni tan siquiera se la califica de “pecadora”, ¿de dónde proceden pues estas divulgadas atribuciones?

Para responder a ello hemos de fijarnos en tres mujeres diferentes que aparecen en los textos neotestamentarios:

De María Magdalena los evangelios nos dicen que era una de las mujeres que acompañaban a Jesús y le apoyaban con sus bienes (Mt 27, 56; Mc 15, 47; Lc 8, 2); Marcos la hace testigo de la Pasión y Juan la coloca al pie de la cruz junto a la Madre de Jesús; observa como depositan en el sepulcro al Maestro (Mc 15, 47) por lo que la mañana del día primero llega a este lugar antes que Pedro y Juan (Jn 20, 1-2) y es la primera a la que se aparece el Resucitado (Mt 28, 1-10; Mc 16, 9; Jn 20, 14), además en el pasaje joánico es enviada por él a ser “apóstol de los apóstoles”. Marcos y Lucas, por su parte, nos informan de que Jesús había expulsado de ella siete demonios.

Otra mujer de nombre también María es la hermana de Marta y de Lázaro. Aparece en el Evangelio de Juan en el pasaje de la resurrección de su hermano y en otra ocasión derramando perfume sobre los pies del Señor y secándoselos con sus cabellos. En el Evangelio de Lucas las hermanas de Betania reciben a Jesús en su casa y esta última se sienta a escucharle mientras la otra se afana en las tareas del hogar, pero los exegetas no se ponen de acuerdo sobre si son la misma pareja de hermanas o se trata de distintas mujeres ya que en este pasaje no se nombra a Lázaro.

La tercera mujer en cuestión es la pecadora anónima que unge los pies de Jesús en casa de Simón el Fariseo (Lc 7, 36-50).

No es difícil que el lector poco avezado relacione la unción de la mujer anónima de Lucas con el acto realizado por María hermana de Lázaro en el texto de Juan, suponiendo por tanto que se está hablando del mismo personaje. Por otro lado Lucas, después de este episodio, presenta a María Magdalena como la mujer de la que Jesús ha expulsado siete demonios, por lo que se puede llegar a la conclusión errónea de que las tres mujeres son sólo una, identificación que, como he dicho anteriormente, cuenta con una larga tradición, tanto en la iconografía como en la predicación entre los latinos, ya que los griegos siempre las distinguieron.

 Por otra parte tenemos la imagen que de María Magdalena nos dan los textos no canónicos, es decir, los apócrifos y los gnósticos.

La alusión más importante a María de Magdala en los evangelios apócrifos la encontramos en el Evangelio de Pedro en donde aparece como testigo de la resurrección. Sin embargo los textos encontrados en Nag Hammadi, los evangelios gnósticos coptos de Tomás y de Felipe, presentan a María como una discípula muy cercana de Jesús en el mismo plano que los apóstoles. En el evangelio de Tomás aparece nombrada en un enigmático pasaje (log. 114) que ha dado trabajo extra a teólogo/as y escrituristas: Simón Pedro les dijo: «¡Que se aleje Mariham de nosotros!, pues las mujeres no son dignas de la vida». Dijo Jesús: «Mira, yo me encargaré de hacerla macho, de manera que también ella se convierta en un espíritu viviente, idéntico a vosotros los hombres: pues toda mujer que se haga varón, entrará en el reino del cielo». Por su parte, en el de Felipe se la llama “compañera de Jesús”  (log. 32) y se afirma que el Maestro la besaba en la boca. Y de los pocos fragmentos encontrados del llamado Evangelio de María Magdalena podemos colegir que entre los seguidores de Jesús había una corriente que lideraba esta mujer frente a otra, que fue la que prevaleció, encabezada por Pedro y Andrés que desconfiaba de su testimonio.

Precisamente de una lectura literal de estos textos, unidas a ciertas tradiciones medievales de la Provenza, parten las modernas hipótesis según las cuales María Magdalena habría sido la esposa, o la compañera sentimental, de Jesús de Nazaret, además de la depositaria de una tradición cristiana de signo feminista que habría sido cuidadosamente ocultada por la Iglesia Católica, con lo cual la que antes fuera prostituta y pecadora arrepentida pasa a basar su relevancia dentro de la primitiva comunidad de seguidores de Jesús en lazos meramente sentimentales más que propiamente espirituales, es decir, pasa de ramera a  esposa, de puta a “señora de”, dos caras de la misma moneda, la mujer que siempre adquiere su identidad en función de sus relaciones carnales, lícitas o no, con el varón.

Pero la figura de María Magdalena va más allá de estas falsas imágenes que la reducen y empequeñecen. Los pocos datos que nos dan los evangelios, tanto canónicos como gnósticos, retratan a  una mujer fuerte, con cierta independencia económica pues daba apoyo efectivo al movimiento del Nazareno con sus bienes, que debía de sufrir un fuerte bloqueo psicológico y emocional, simbolizado en los siete demonios, que le impedían el desarrollo espiritual hasta el momento de su encuentro con Jesús. A partir de entonces se convierte en una de las personas más cercanas al Maestro, al que sigue hasta el final y cuyo mensaje acoge en su corazón, siendo receptora de las enseñanzas más profundas reservadas a los elegidos (de ahí el gesto del Evangelio de Felipe del beso en la boca que no tenía como se ha querido ver carácter sexual sino que era entre los gnósticos el símbolo de la transmisión de la sabiduría del maestro al discípulo). Tras la muerte y resurrección, lideró a una parte de la comunidad de seguidores, teniendo tal vez fuertes enfrentamientos sobre todo con Pedro y Andrés, cuya mentalidad patriarcal no comprendía que una mujer pudiera enseñar y predicar.

¿Estuvo María en Provenza? ¿Acabó sus días en Éfeso retirada junto a Juan y la madre de Jesús? ¿Fue en realidad la esposa de Jesús? Ni lo negamos ni lo afirmamos, nos faltan datos fidedignos, pero nada de ello es relevante, ya que lo que importa es la gran figura espiritual de esta mujer que representa y simboliza el seguimiento activo y la entrega a una causa así como a todas esas mujeres que, en un contexto hostil, intentaron abandonar su estatus de sumisión y silencio para tomar la palabra y hacer valer un mensaje, pero a las que la historia más tarde se encargó de difuminar bajo un velo nebuloso de falsas leyendas que distorsionaron su figura.