En este lunes de Pascua lluvioso en Sevilla,
quiero desear a quienes se acercan a leer este blog una feliz Pascua en el
renacer de la primavera y para ello nada mejor que acercarnos desde una lectura
crítica de los textos, a un personaje femenino muy interesante por todo lo que
puede simbolizar, un personaje que nos habla de fortaleza y libertad en un
contexto en el que las mujeres no contaban y al que, como suele suceder, la
mentalidad patriarcal intentó manipular tergiversando su figura: María de
Magdala.
Desde los
primeros siglos del cristianismo, la tradición occidental nos ha presentado una
imagen de “La Magdalena” como pecadora arrepentida y penitente, cuyo ascetismo
es el contrapunto de su pasado de mujer de mala vida, de prostituta, ocupación
a la que, siempre según estos autores, se dedicaría antes de su encuentro con
Jesús. Pero si queremos apoyar estas
afirmaciones en las Escrituras, nada más echar sobre ellas una somera mirada
nos damos cuenta de que en ningún lugar de los Evangelios se dice que María
Magdalena fuera prostituta, ni tan siquiera se la califica de “pecadora”, ¿de
dónde proceden pues estas divulgadas atribuciones?
Para
responder a ello hemos de fijarnos en tres mujeres diferentes que aparecen en
los textos neotestamentarios:
De María
Magdalena los evangelios nos dicen que era una de las mujeres que acompañaban a
Jesús y le apoyaban con sus bienes (Mt 27, 56; Mc 15, 47; Lc 8, 2); Marcos la
hace testigo de la Pasión y Juan la coloca al pie de la cruz junto a la Madre
de Jesús; observa como depositan en el sepulcro al Maestro (Mc 15, 47) por lo
que la mañana del día primero llega a este lugar antes que Pedro y Juan (Jn 20,
1-2) y es la primera a la que se aparece el Resucitado (Mt 28, 1-10; Mc 16, 9;
Jn 20, 14), además en el pasaje joánico es enviada por él a ser “apóstol de los
apóstoles”. Marcos y Lucas, por su parte, nos informan de que Jesús había
expulsado de ella siete demonios.
Otra mujer de
nombre también María es la hermana de Marta y de Lázaro. Aparece en el
Evangelio de Juan en el pasaje de la resurrección de su hermano y en otra ocasión
derramando perfume sobre los pies del Señor y secándoselos con sus cabellos. En
el Evangelio de Lucas las hermanas de Betania reciben a Jesús en su casa y esta
última se sienta a escucharle mientras la otra se afana en las tareas del
hogar, pero los exegetas no se ponen de acuerdo sobre si son la misma pareja de
hermanas o se trata de distintas mujeres ya que en este pasaje no se nombra a
Lázaro.
La tercera
mujer en cuestión es la pecadora anónima que unge los pies de Jesús en casa de
Simón el Fariseo (Lc 7, 36-50).
No es difícil
que el lector poco avezado relacione la unción de la mujer anónima de Lucas con
el acto realizado por María hermana de Lázaro en el texto de Juan, suponiendo
por tanto que se está hablando del mismo personaje. Por otro lado Lucas,
después de este episodio, presenta a María Magdalena como la mujer de la que
Jesús ha expulsado siete demonios, por lo que se puede llegar a la conclusión
errónea de que las tres mujeres son sólo una, identificación que, como he dicho
anteriormente, cuenta con una larga tradición, tanto en la iconografía como en
la predicación entre los latinos, ya que los griegos siempre las distinguieron.
Por otra parte tenemos la imagen que de María
Magdalena nos dan los textos no canónicos, es decir, los apócrifos y los
gnósticos.
La alusión
más importante a María de Magdala en los evangelios apócrifos la encontramos en
el Evangelio de Pedro en donde aparece como testigo de la resurrección. Sin
embargo los textos encontrados en Nag Hammadi, los evangelios gnósticos coptos
de Tomás y de Felipe, presentan a María como una discípula muy cercana de Jesús
en el mismo plano que los apóstoles. En el evangelio de Tomás aparece nombrada
en un enigmático pasaje (log. 114) que ha dado trabajo extra a teólogo/as y
escrituristas: Simón Pedro les dijo: «¡Que se aleje Mariham de nosotros!,
pues las mujeres no son dignas de la vida». Dijo Jesús: «Mira, yo me encargaré
de hacerla macho, de manera que también ella se convierta en un espíritu
viviente, idéntico a vosotros los hombres: pues toda mujer que se haga varón,
entrará en el reino del cielo».
Por su parte, en el de Felipe se la llama “compañera de Jesús” (log. 32) y se afirma que el Maestro la
besaba en la boca. Y de los pocos fragmentos encontrados del llamado Evangelio
de María Magdalena podemos colegir que entre los seguidores de Jesús había una
corriente que lideraba esta mujer frente a otra, que fue la que prevaleció,
encabezada por Pedro y Andrés que desconfiaba de su testimonio.
Precisamente de una lectura literal de estos
textos, unidas a ciertas tradiciones medievales de la Provenza, parten las
modernas hipótesis según las cuales María Magdalena habría sido la
esposa, o la compañera sentimental, de Jesús de Nazaret, además de la
depositaria de una tradición cristiana de signo feminista que habría sido
cuidadosamente ocultada por la Iglesia Católica, con lo cual la que antes fuera
prostituta y pecadora arrepentida pasa a basar su relevancia dentro de la
primitiva comunidad de seguidores de Jesús en lazos meramente sentimentales más
que propiamente espirituales, es decir, pasa de ramera a esposa, de puta a “señora de”, dos caras de
la misma moneda, la mujer que siempre adquiere su identidad en función de sus
relaciones carnales, lícitas o no, con el varón.
Pero la
figura de María Magdalena va más allá de estas falsas imágenes que la reducen y
empequeñecen. Los pocos datos que nos dan los evangelios, tanto canónicos como
gnósticos, retratan a una mujer fuerte,
con cierta independencia económica pues daba apoyo efectivo al movimiento del
Nazareno con sus bienes, que debía de sufrir un fuerte bloqueo psicológico y
emocional, simbolizado en los siete demonios, que le impedían el desarrollo
espiritual hasta el momento de su encuentro con Jesús. A partir de entonces se
convierte en una de las personas más cercanas al Maestro, al que sigue hasta el
final y cuyo mensaje acoge en su corazón, siendo receptora de las enseñanzas
más profundas reservadas a los elegidos (de ahí el gesto del Evangelio de
Felipe del beso en la boca que no tenía como se ha querido ver carácter sexual
sino que era entre los gnósticos el símbolo de la transmisión de la sabiduría
del maestro al discípulo). Tras la muerte y resurrección, lideró a una parte de
la comunidad de seguidores, teniendo tal vez fuertes enfrentamientos sobre todo
con Pedro y Andrés, cuya mentalidad patriarcal no comprendía que una mujer
pudiera enseñar y predicar.
¿Estuvo María
en Provenza? ¿Acabó sus días en Éfeso retirada junto a Juan y la madre de
Jesús? ¿Fue en realidad la esposa de Jesús? Ni lo negamos ni lo afirmamos, nos
faltan datos fidedignos, pero nada de ello es relevante, ya que lo que importa
es la gran figura espiritual de esta mujer que representa y simboliza el
seguimiento activo y la entrega a una causa así como a todas esas mujeres que,
en un contexto hostil, intentaron abandonar su estatus de sumisión y silencio para
tomar la palabra y hacer valer un mensaje, pero a las que la historia más tarde
se encargó de difuminar bajo un velo nebuloso de falsas leyendas que
distorsionaron su figura.