viernes, 28 de febrero de 2014

APUNTES PARA UN DÍA VERDE Y BLANCO

No había caído en la cuenta hasta esta mañana, pero casi ha pasado febrero y este año ha faltado una musiquilla de fondo que desde hace casi dos lustros nos acompañaba por estas calendas, un soniquete que en más de una ocasión ha llegado a enervar y me ha llevado a fantasear con defenestrar cierto instrumento musical de uso escolar, pero que, caprichosos que somos los seres humanos, ahora que ya no resuena entre las paredes de mi casa, no puedo sino echarlo de menos y advertir que su ausencia me habla del paso del tiempo, de un niño y una niña que son ya adolescentes y que han dejado atrás cosas tales como martillear mis oídos con la interpretación a la flauta del himno de Andalucía, o descubrir de mi mano Europa en este puente que en su infancia  nos llevó a pasear por los Foros Romanos, subir al Campanile del Giotto o hasta las mismísimas orillas del Támesis. 

Por eso este año que me falta el acompañamiento musical, la puñetera flauta que unas veces sonaba en tempo de adagio y otras en allegro molto vivace según las ganas que el o la ejecutante tuvieran de ensayar la melodía, me he parado a pensar en ese himno que ya ha dejado de ser tortura en las tardes invernales, y más que en su estructura musical, en la composición de José del Castillo inspirada en el Santo Dios, en su letra, en las estrofas que compuso Blas Infante.

Tengo que reconocer que no me suelen gustar las letras de los himnos, ya sean de los nacionales de un país o Estado, o de los de un equipo de fútbol o de un centro docente, pues la mayoría me resultan tópicos y exagerados, de una exaltación desmedida y, sobre todo, de una manifiestamente mejorable calidad literaria. De estos no se escapa ni el Gaudeamus igitur, porque a pesar de proceder de la goliardía y tener ese puntito canalla que invita al carpe diem, su composición en modo alguno me convence.

Y es que con esto de las letras de los himnos una se ha llevado alguna que otra decepción, como me sucedió con la del de Riego, todo un llamamiento a la guerra, un canto a Marte y a los "hijos del Cid", o en mis tiempos de estudiante de bachillerato con la emblemática Marsellesa. ¿Es que las naciones no pueden exaltarse si no es a costa de cantar a la lucha y a un valor consistente en aplastar cuanto más enemigos mejor? Parece como si para afirmarse hubiera que buscarse siempre un contrario al que vencer y subyugar.

Por eso, aun reconociendo que sus versos no son los más sublimes que en una tierra de poetas como Andalucía se han escrito, nuestro himno siempre me ha parecido diferente, el mejor en comparación con otros muchos cuya letra me he molestado en buscar y traducir. En él no se habla de sangre derramada, ni se arenga contra nada ni contra nadie, la bandera no se levanta como enseña militar, sino como signo de paz y esperanza y no se anima al pueblo, cual ejército en orden de batalla, a empuñar las armas, sino a levantarse, a despertar de un sueño de desidia, para pedir aquello que en justicia a todos los seres humanos pertenece: la tierra y la libertad.

En las estrofas de del himno de Andalucía no hay soldados ni guerrilleros, hay gentes de luz, gentes que han alumbrado a la humanidad y a los que se invita a volver a ser iluminadores de almas, es decir, trabajadores por la dignidad que toda persona tiene por el mero hecho de serlo. No hay confrontación, sino llamada a la generosidad, a la apertura, universalidad frente a cerrazón, concordia frente a violencia, en un ofrecimiento que nada tiene que ver con un patrioterismo estéril y narcisista.

En los tiempos que corren no nos vendría nada mal pararnos a reflexionar sobre estos valores, sobre lo que significa en una tierra ancestralmente expoliada a la que la crisis no ha hecho sino abrir más sus heridas y acentuar más las injusticias, hablar de paz y de esperanza, pedir la tierra y la libertad y llamar a sus ciudadanos y ciudadanas a ser seres de luz, con todo lo que eso conlleva. Lástima que muchos de los que hoy en los actos oficiales se mostraran entonándolo con gesto altivo, lo harán a la manera de una flauta hueca, pronunciando cual papagayos unas palabras hueras que a costa de repetir han vaciado de contenido y suenan ya como un instrumento desafinado que no consigue transmitir la fuerza y la vida que se encierra en las notas de una partitura. Para eso, me quedo con los ensayos reiterativos de mis hijos, ellos al menos conservaban la fe y la inocencia. 

domingo, 16 de febrero de 2014

POR LOS QUE, COMO ELLA, SUFRIERON EL ABANDONO

A mi gata Mirra

Porque sabes que hace frío fuera,
que la media luna es alfanje afilado
y que el día trae nuevas desventuras;
porque tus carnes son sabias en dolores
y tu cuerpo conoció la angustia
de la vida que se escapa en la garganta;
porque no te es ajena la humana necedad
que destroza la ternura de lo bello
y pisotea sin tregua la pequeñez indefensa,
¡qué es dura, compañera, la jornada!
Silente amiga en la hora de las musas
que ya no susurran versos de enamorados,
sino clamores de barricada y fuego.
Porque  sentiste la zozobra
y también el lenitivo de un abrazo,
la helada crueldad del abandono
y la calidez amable del cariño,
sabes brindarme el descanso del arrullo
del sonido de la paz y del sosiego,
la calma aterciopelada en tus caricias
y el misterio del brillo ambarino en tus iris.
Porque tú, noble criatura libre,
entiendes mi duelo por las libertades.