jueves, 19 de marzo de 2015

PAPÁ


Nunca tuviste náuseas matutinas, ni se te hincharon las piernas o te salieron estrías. No podías sentir dentro de ti la vida, sólo de forma subsidiaria en mis palabras, en una imagen en una pantalla o en el tacto de la mano sobre el vientre. Tu cuerpo no se transformó, pero te aclimataste a cada cambio del mío. No pariste, pero acompañaste cada contracción, cada pujo, cada exhalación. No amamantaste, pero fuste alma nutricia desde el primer vagido. No te hicieron falta subidas hormonales para enamorarte de tus crías, te bastó con la primera mirada, con olfatear su olor a pan tierno, sentir el tacto de terciopelo cálido y oír la llamada de su llanto. 

Fuiste el refugio seguro de sus primeros pasos (dadda, dadda, Samir, dadda, Saluita...) y la voz que les traía sonidos y fonemas allende el Estrecho. Tu panza fue cuna de sus primeras siestas e improvisado parque infantil en juegos matutinos cuando ellos eran el mejor despertador en fines de semana. Has acunado insomnios y calmado miedos con paciencia infinita, rascado espaldas (tetté, papá, tetté) como cuerdas de guitarra, te has dejado coger coletas y meter goles en el parque y te has tirado al suelo (al suelo, papá, al suelo) para jugar con los playmobils mientras no te dolían prendas en cambiar pañales, bañar criaturas o preparar cenas.

Has sido un poco papá oso, un tanto maestro y otro poco psicólogo y confesor. Has reído y celebrado con ellos sus alegrías, sus logros, y has estado a su lado en las preocupaciones y las penas, en esos dolores que el crecer conlleva. Has combinado límites y libertades, llamadas al orden con juegos y bromas. Te veo a su lado y a veces siento la punzada de los celos, pero no pienses mal, que enseguida se diluyen. Me basta con pensar que te quieren como a mí, que su apego infantil se ha transformado en cariño adolescente, ese que se mueve entre los extremos: del abrazo al "déjame", del beso al "no me entiendes", del "con mi padre nadie se mete" al "¡pero qué pesado eres, gordo!". 

Y es que todos estos años, desde el día en que unas rayitas rosas nos anunciaran que Samir venía en camino, te has levantado cada mañana dispuesto a ganarte a pulso ese título no se adquiere ni por sangre ni por genes, ese que sólo merecen llevar quienes lo trabajan y lo viven: PAPÁ.

Vaya esta entrada por ti, mi compañero de vida, padre con todas las letras, por ti Khalid, y por todos esos otros padres que como tú están a pie de vida entre pañales y notas, mocos y risas, juguetes y libros, cenas y baños, canciones y llantos, tanto en las primeras palabras como en los primeros amores, esos que saben mecer, acunar, consolar, reñir, estimular y consolar, los que, en cualquier circunstancia, incluso las más adversas, son expertos en pintar una sonrisa en la cara de sus hijos y hacerles comprender que, pase lo que pase, siempre siempre podrán contar con ellos, ¿verdad, Paco Reyes?

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