Cuentan antiguas leyendas, que si no son veras son bien halladas, que en un
tiempo muy lejano en un país del Oriente a un djin que estaba muy aburrido para pasar el tiempo se
le ocurrió meterse entre las ropas de una doncella que se
encontraba recogiendo cañas a la orilla de un río. La muchacha, cuando sintió
algo parecido a un leve soplo que recorría su cuerpo, pues el djin era un
elemental de aire, empezó a reír sin parar ante el cosquilleo que el movimiento
del genio le producía.
Al reír, la joven bamboleaba con ritmo de un lado a otro sus pechos, lo que
divertía sobremanera a la diminuta criatura, por lo que comenzó a deslizarse,
como si de una suave duna de arena se tratara, por uno de aquellos amenos
montículos, cuya cima, con la caricia sutil del aire, se elevó puntiaguda y
desafiante.
La joven empezó a experimentar cómo aquellas cosquillas que antes la hacían
reír iban poco a poco transformándose en un desconocido arrebato. Se sintió
toda estremecida como nunca había estado, morosamente arrobada, con un placer
que antes le era ajeno. El djin jugaba entre sus firmes y jóvenes senos que
ahora eran movidos por su respiración entrecortada. La doncella, ajena a todo,
vivía una plenitud hasta entonces nunca conocida, jadeante y bienaventurada, que
la elevaba por momentos y retorcía su cuerpo en busca de mayor satisfacción.
El djin, llevado por la sinfonía de sensaciones que el cuerpo de la
muchacha interpretaba, descendió hasta su ombligo y allí, juguetón, se enroscó
en su perfecto círculo para seguir acariciando su vientre hasta perderse en el
inexplorado jardín, húmedo y umbrío, escondido en su entrepierna. Fue entonces
cuando la joven sintió que ascendía al paraíso. Cuanto más bajaba el djin, más
subía ella; cuando este más se perdía en su laberinto, más encontraba ella el
culmen de su éxtasis hasta llegar a paladear cómo todo su ser se fundía con el
universo y explotaba en luminarias encendidas que brotaban de lo más profundo
de su entraña.
Cansado del juego, el djin abandonó la espesura para refugiarse en el costado de la muchacha,
quien, agotada, había ido a reclinarse entre unos arbustos mientras recuperaba
el resuello. Entonces oyó que a lo lejos un grupo de jóvenes de la aldea la
llamaban y al abrir los ojos descubrió que el sol estaba ya muy bajo, señal
inequívoca de que la jornada finalizaba y era hora de volver a casa.
La joven se arregló sus ropas y su pelo y corrió a reunirse con sus
compañeras, quienes se mostraron preocupadas por su tardanza e intrigadas por
el motivo que parecía haberle impedido realizar su tarea. Fue entonces, en el
camino de vuelta a la aldea, cuando la doncella contó a sus amigas la
desconcertante y al mismo tiempo placentera experiencia que había vivido, ante
cuyo relato todas se mostraron a un tiempo curiosas y excitadas.
Con el murmullo juvenil de las voces de las muchachas despertó el djin, que
había pasado todo este tiempo en las entretelas del costado de la joven
campesina y se maravilló al descubrir tan nutrido grupo femenino, por lo que,
dispuesto a repetir la experiencia, saltó de las ropas de la doncella al escote
de una de sus amigas por donde se introdujo dispuesto a explorar también
aquellas ignotas regiones en cuanto tuviera oportunidad.
Y de ese modo fue cómo, una a una, todas las jóvenes casaderas de la aldea
fueron contagiadas de tan placentera infestación. Así, cada mañana, cuando se
encaminaban juntas al río, siempre había una que tenía un brillo especial en los ojos
y una sonrisa picarona que las demás ya sabían interpretar. Entre ellas se
contaban del disfrute nocturno de imaginadas caricias, de un soplo juguetón y
caprichoso que las encendía, de la sensualidad de su experiencia y del gozo
arrebatado en sus entrañas, en resumidas cuentas, del secreto de un feliz contagio que había ido
saltando de una a otra para llevarlas por la senda del sublime descubrimiento
del poder oculto que se encerraba en sus cuerpos.
Un duende se ha colado en nuestro espacio para hacernos pensar y sentir, para gozar y mirar hacia adelante, para vivirnos y ser humanidad.
ResponderEliminarGracias querida Inma, por este cuento tan especial.