martes, 17 de marzo de 2020

CUENTOS DESDE MI ENCIERRO: LA EPIDEMIA DEL DJIN



Cuentan antiguas leyendas, que si no son veras son bien halladas, que en un tiempo muy lejano en un país del Oriente a un djin que estaba muy aburrido para pasar el tiempo se le ocurrió meterse entre las ropas de una doncella que se encontraba recogiendo cañas a la orilla de un río. La muchacha, cuando sintió algo parecido a un leve soplo que recorría su cuerpo, pues el djin era un elemental de aire, empezó a reír sin parar ante el cosquilleo que el movimiento del genio le producía.

Al reír, la joven bamboleaba con ritmo de un lado a otro sus pechos, lo que divertía sobremanera a la diminuta criatura, por lo que comenzó a deslizarse, como si de una suave duna de arena se tratara, por uno de aquellos amenos montículos, cuya cima, con la caricia sutil del aire, se elevó puntiaguda y desafiante.

La joven empezó a experimentar cómo aquellas cosquillas que antes la hacían reír iban poco a poco transformándose en un desconocido arrebato. Se sintió toda estremecida como nunca había estado, morosamente arrobada, con un placer que antes le era ajeno. El djin jugaba entre sus firmes y jóvenes senos que ahora eran movidos por su respiración entrecortada. La doncella, ajena a todo, vivía una plenitud hasta entonces nunca conocida, jadeante y bienaventurada, que la elevaba por momentos y retorcía su cuerpo en busca de mayor satisfacción.  

El djin, llevado por la sinfonía de sensaciones que el cuerpo de la muchacha interpretaba, descendió hasta su ombligo y allí, juguetón, se enroscó en su perfecto círculo para seguir acariciando su vientre hasta perderse en el inexplorado jardín, húmedo y umbrío, escondido en su entrepierna. Fue entonces cuando la joven sintió que ascendía al paraíso. Cuanto más bajaba el djin, más subía ella; cuando este más se perdía en su laberinto, más encontraba ella el culmen de su éxtasis hasta llegar a paladear cómo todo su ser se fundía con el universo y explotaba en luminarias encendidas que brotaban de lo más profundo de su entraña.

Cansado del juego, el djin abandonó la espesura para  refugiarse en el costado de la muchacha, quien, agotada, había ido a reclinarse entre unos arbustos mientras recuperaba el resuello. Entonces oyó que a lo lejos un grupo de jóvenes de la aldea la llamaban y al abrir los ojos descubrió que el sol estaba ya muy bajo, señal inequívoca de que la jornada finalizaba y era hora de volver a casa.

La joven se arregló sus ropas y su pelo y corrió a reunirse con sus compañeras, quienes se mostraron preocupadas por su tardanza e intrigadas por el motivo que parecía haberle impedido realizar su tarea. Fue entonces, en el camino de vuelta a la aldea, cuando la doncella contó a sus amigas la desconcertante y al mismo tiempo placentera experiencia que había vivido, ante cuyo relato todas se mostraron a un tiempo curiosas y excitadas.

Con el murmullo juvenil de las voces de las muchachas despertó el djin, que había pasado todo este tiempo en las entretelas del costado de la joven campesina y se maravilló al descubrir tan nutrido grupo femenino, por lo que, dispuesto a repetir la experiencia, saltó de las ropas de la doncella al escote de una de sus amigas por donde se introdujo dispuesto a explorar también aquellas ignotas regiones en cuanto tuviera oportunidad.

Y de ese modo fue cómo, una a una, todas las jóvenes casaderas de la aldea fueron contagiadas de tan placentera infestación. Así, cada mañana, cuando se encaminaban juntas al río, siempre había una que tenía un brillo especial en los ojos y una sonrisa picarona que las demás ya sabían interpretar. Entre ellas se contaban del disfrute nocturno de imaginadas caricias, de un soplo juguetón y caprichoso que las encendía, de la sensualidad de su experiencia y del gozo arrebatado en sus entrañas, en resumidas cuentas, del secreto de un feliz contagio que había ido saltando de una a otra para llevarlas por la senda del sublime descubrimiento del poder oculto que se encerraba en sus cuerpos.  

1 comentario:

  1. Un duende se ha colado en nuestro espacio para hacernos pensar y sentir, para gozar y mirar hacia adelante, para vivirnos y ser humanidad.
    Gracias querida Inma, por este cuento tan especial.

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