A Noemí M.
Son una plaga. Hoy están por todas partes y no sería
hipérbole decir que se encuentran hasta en la sopa; en la sopa y en las tartas,
en los escaparates de las tiendas y en las tarjetas impresas y virtuales, en
los muros de las redes sociales y en los de los inmuebles abandonados, o lo que
es peor en las cortezas de los árboles, que pagan así con su herida la que
Cupido infligió en el corazón de otros. Y es que de eso se trata: de los
corazones que como cada catorce de febrero nos inundan con su pasteloso y
edulcorado mensaje.
Esa utilización, entre sentimentaloide y materialista, del
símbolo del corazón, del que se ha apropiado tanto el amor romántico como el
mercado, nos satura y empalaga, al mismo tiempo que nos produce un profundo
rechazo, por lo que tiene de banalización y de utilización de algo tan íntimo y
personal como los sentimientos. Y yo, que eso de ser romanticona no va conmigo
hasta el punto de haber sido en la adolescencia una extraña mezcolanza entre
Artemisa de los bosques y Atenea Parthernos, que los ardores amorosos a mí me
llegaron más tarde, no puedo menos que padecer urticaria ante tanta exaltación
cardiaca.
Sin embargo, dándole vueltas a este asunto, caí en la cuenta
de que ese mi rechazo a tanta parafernalia catorcefebreril
no se debe tanto al temor de padecer
un ataque de hiperglucemia, sino a algo mucho más profundo y enraizado en nuestro
ser que las campañas de márketing de comercios y grandes almacenes, si bien
estos se han convertido en muchas ocasiones, junto con el cine y cierto tipo de
música y literatura, en los actuales sostenedores del mito. Y me refiero aquí a
ese pensamiento dual que atribuía la razón a lo masculino y el sentimiento, el
corazón, a lo femenino, siendo este último inferior y teniendo que estar
siempre dominado por el logos. Así visto, todo lo concerniente al corazón tiene
que estar sometido porque no es de fiar, por eso las mujeres no éramos dignas
de confianza. Nos traicionaba el corazón, se nos decía, éramos sentimentales,
inestables y poco razonables y necesitábamos de una cabeza rectora, la del
varón, ¡claro está!, para el que nosotras constituíamos el reposo, la calidez y
la acogida. Nuestras virtudes eran muy válidas y apreciadas, sí, pero siempre y
cuando nos quedáramos quietecitas en el hogar y protegidas por la superior
razón masculina a la que siempre debíamos agradar.
Por eso a muchas de nosotras nos repugna esta simbología,
porque nos recuerda un estereotipo que debía ya estar superado, porque el Día
de San Valentín no representa para nosotras la celebración del amor de una
pareja recíproca e igualitaria, sino las ilusiones de ese amor romántico que
tanto daño ha hecho a las mujeres, el de las flechas ciegas de Cupido y los
candados en los puentes con la llave arrojada a las aguas del río, soy tuya,
contigo hasta la muerte, aunque seas tú el que me mate. Y si a esto le unimos
que sentimientos era sinónimo de debilidad frente al poder de la razón, es
fácil comprender por qué muchas de
nosotras, entre las que me incluyo, hemos huido siempre del romanticismo como
de la peste, ya que por una parte descubrimos la celada que este mito encubría
y por otro teníamos miedo a mostrar el flanco vulnerable de nuestros propios
sentimientos. Pero si bien es muy sano desenmascarar la trampa que el amor
romántico ha supuesto para las mujeres, sin embargo también hemos corrido el
riesgo de caer en el mismo error que aquellos que menosprecian las emociones,
considerando que el pathos es siempre inferior al logos, y que hacen una interpretación
simplista y binaria de la persona.
Por eso hoy quiero recuperar el simbolismo del corazón, y
para eso nada mejor que recurrir a otras visiones más integradoras del ser
humano que rompen con las dualidades al interpretar a cada persona como un todo
en continua dialéctica relacional. Desde esta perspectiva, el corazón simboliza
el centro y la profundidad del ser humano, su esencia más pura y su verdad más íntima. Es el prajapati, unión de lo espiritual y lo intelectual para los hindúes o el leb de los hebreos, núcleo de la red de relaciones que como bashar nos une a la tierra, como nephesh nos mantiene unidos a nuestros
iguales y como ruáh nos hace
transcendernos y aspirar a lo sublime. El corazón, situado en el centro, es el
lugar donde se encuentran los sentimientos entrañables con la razón
intelectual, por lo que es la sede de la memoria (par coeur que dicen los franceses), pero no de esa
facultad fría que torturábamos de niños para aprendernos que la capital de
Burundi es Bujumbura o las valencias del cobre, sino esa otra que nos hace
recordar con emoción las tardes de verano de nuestra infancia o por la que un
olor nos evoca pequeños paraísos perdidos. De cor en latín viene cordura, que
no es otra cosa que la lógica unida al sentimiento, aquello que nos humaniza y
hace importante lo que la mera razón despreciaría al mismo tiempo que atempera
la fuerza de las emociones.
Desde esta perspectiva, el símbolo del corazón, despojado de edulcorantes, azúcares y
demás aditivos dañinos para la salud, no ya física sino integral, adquiere un
significado mucho más profundo de fortaleza, lealtad e integridad y puede ser
asumido de verdad como representativo del amor, no el de los príncipes azules y
las princesas dormidas, sino el que brota de la libertad de dos seres humanos
que se miran a los ojos y se reconocen como iguales. Si es así, bienvenido San
Valentín y sus guirnaldas de corazones rojos. De esta forma hasta alguien como
yo estaría dispuesta a celebrar.
Bueno Inma, este blog que acabas de inaugurar se vislumbra que va a tener muy "buena pinta" aunque... que tonterias digo,que se puede esperar si lo haces tú, te deseo mucha suerte en esta nueva andadura que comienzas en un dia tan señalado, guste o no guste esta parafernalia que cada año es mas grande, por supuesto yo estoy totalmente de acuerdo contigo.
ResponderEliminarCarmen
Gracias, Carmen, lo mojaremos con una cervecita.
EliminarTe enlazaré,qué bien que por fin tengas blog personal.
ResponderEliminarYo no sé qué haría sin el mío a estas alturas.
Besos.
Sí, enlacemos nuestros blogs, Reyes. Hacía tiempo que la idea me rondaba por la cabeza.
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