viernes, 24 de diciembre de 2021

MONÓLOGO DE LA LAVANDERA DEL BELÉN


 

«¡Uf, Dios mío, que estoy bardá! ¡Qué dolor de cintura! ¡Menudo lumbago que me han hecho coger! Claro, tanto tiempo aquí, de rodillas y doblada, y encima con esta humedad del río, y dale que te pego, dale que te pego al “puñomatic”, porque ahora todo es muy fácil, pero en Belén las lavadoras son a “tracción animal”, que mucho romanticismo con eso de las mujeres que se reúnen a lavar y cantar, a retorcer los trapos y contarse sus historias, pero, sí, hermosas del siglo XXI, a vosotras querría yo veros cargando con la colada del marido, los churumbeles y hasta los suegros y arrodillaitas en el río con las manos cortadas del frío y de tanto restregar.

»¡Ay, perdón, que no me he presentado! Soy Tamar, la lavandera del belén, sí, esa que todos los años ponéis al lado del papel de plata o, los más sofisticados, de ese hilillo de agua que llamáis río y en el que colocáis también algún pescador y un poco más allá al tío guarro ese que está dejando “un regalito” detrás de unas matas, que digo yo que bien podíais ahorraros el motivo escatológico o al menos ponerlo más lejos, que una ya tiene bastante con llevar siglos  agachá restregando trapos como para también tener que estar oliendo los efluvios de semejante mamarracho.

»Pero vamos, que lo mío no es nada. Para tute, el que le dais en los villancicos a la pobre María. Pobrecita mía, recién parida después de haberse pasado más de una jornada a lomos de una acémila y de haber tenido que dar a luz en una cueva sola con el marido, que digo yo, por muy santo varón que sea, al fin y al cabo tío es y ya se sabe que para las cosas de mujeres no es que sean muy apañados. ¡Si lo sabré yo que tengo siete y mi Simón ni se acercaba a mí con la historia esa de la impureza! Sí, sí, bonita excusa para escaquearse, ¡impura hasta que no lleve los pichones al Templo! ¡Anda que no saben nada los saduceos! Que bien que nos sacan hasta el último mite entre ofrendas y el cambio de los denarios, que como son del invasor pagano, también son impuros, aunque ellos no les hacen ascos cuando se los llevan los cambistas. Es que el clero ya se sabe…  

»Anda, venga, Tamar, tú a lo tuyo que te gusta mucho irte por los cerros de Galilea. Os decía que parece mentira, ¡pobre María! Con lo que tuvo que pasar, que un parto es muy duro por mucho que los teólogos bizantinos se empeñaran en eso de que el niño salió como un rayo de luz, ¡anda y que no se nota que son todos machos y no paren! Pues eso, que con lo que tuvo que padecer en esa noche y a vosotros no se os ocurre otra cosa que ponerla a la pobrecilla venga a correr de un lado para otro que si “María, María, ven acá corriendo” porque los niños se comen el chocolate, que digo yo que qué chocolate si en Judea no había cacao, o lo que es peor, porque los ratones le roen los calzones a José, ¡menudo inútil que ni de sus gayumbos sabe cuidar! ¿Y qué me decís de eso tan poético de “la Virgen lava pañales y los tiende en el romero”? ¿Pero creéis que la criatura estaba para estos trotes? Y mientras el papá del retoño, ¿qué? ¿Bebiendo con los peces en el río?

»Eso sí, a mí los que me gustan son los villancicos surrealistas, como ese de la tía Pantoja que se sentó en un hormiguero o el de la boda de las pulgas y los piojos. No sé si tienen mucho que ver, pero son divertidos. Ahora, para buenos, los de los gitanos. Esos sí que saben: “la Virgen lavaba, San José tendía y el Niño Manuel agua les traía”. ¡Ole, sí señor! ¡Aleluya! Eso sí que es una familia igualitaria y lo demás es cuento. ¡A ver cuándo aprenden mi Simón y los cuatro zánganos de hijos que tengo en casa!

»Pero mientras, aquí sigo año tras año, si me queréis buscar, estoy en el belén, al lado del papel de plata o del riachuelo de agua. ¡Hale! Felices fiestas, y ya sabéis, si vais a conducir, dejad que sólo beban los peces».

sábado, 9 de enero de 2021

FILOMENA, LA MUY AMADA

 


No, ella no es la culpable. Filomena, la muy amada, una borrasca, y, como diría mi buen amigo Abukasim, "la borrasca se llama borrasca" y, añado yo, hace las cosas propias de una borrasca: tronar, llover, nevar, ventear, helar... Proprium de tempore, que comentaría un liturgista, lo propio de esta estación.

Los antiguos, en los tiempos en los que no se bautizaba a los fenómenos atmosféricos y la estación metereológica consistía en el dolor de huesos, la observación de los animales y a lo sumo una veleta, decían que año de nieves, año de bienes, pues la nieve mantenía húmeda la tierra labrada y nutría las corrientes, lo que significaba pingues cosechas y agua en abundancia. Además, el frío de la helada quemaba las malas hierbas (algo que no nos vendría ahora mismo nada mal). Es decir, un invierno como mandan los cánones representaba el mejor seguro contra el hambre y la carestía. La estación de boreas era temida por sus inclemencias, pero en ella se veía el germen de la esperanza, de la luz renacida y de la futura prosperidad.

Sin embargo, para los urbanitas del siglo XXI, que no llenamos los cántaros en las fuentes ni lavamos nuestra ropa en el río, para quienes la metáfora de la cornucopia consiste en un carrito de hipermercado hasta los topes, borrascas y tormentas no representan sino un terrible contratiempo, una contrariedad y una molestia. Y echan la culpa a Filomena, ¡pobre Filomena!, "Filomena a mi pesar", que diría ella misma parafraseando a Torrente Ballester si las bajas presiones tuvieran capacidad de pensar. 

Pero no, ella no es la culpable. La borrasca es borrasca y cumple su cometido, y el invierno es invierno y tiene su razón de ser en el ciclo natural. Somos los seres humanos, con nuestro ritmo frenético y nuestra absurda forma de vida los responsables del caos. Somos nosotros y nuestra injusticia estructural quienes hacemos que hoy haya gente helándose en las calles e infraviviendas sin medios para mantener calientes a sus ocupantes. Son nuestros gobernantes, incapaces de poner en marcha planes de emergencia quienes no dan la talla ante algo tan natural como que nieve en enero. 

Filomena, con sus temporales y tormentas no hace más que poner en evidencia lo que todo el año está ahí, aquello de lo que no nos ocupamos, porque solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y sopla el aquilón.