sábado, 9 de enero de 2021

FILOMENA, LA MUY AMADA

 


No, ella no es la culpable. Filomena, la muy amada, una borrasca, y, como diría mi buen amigo Abukasim, "la borrasca se llama borrasca" y, añado yo, hace las cosas propias de una borrasca: tronar, llover, nevar, ventear, helar... Proprium de tempore, que comentaría un liturgista, lo propio de esta estación.

Los antiguos, en los tiempos en los que no se bautizaba a los fenómenos atmosféricos y la estación metereológica consistía en el dolor de huesos, la observación de los animales y a lo sumo una veleta, decían que año de nieves, año de bienes, pues la nieve mantenía húmeda la tierra labrada y nutría las corrientes, lo que significaba pingues cosechas y agua en abundancia. Además, el frío de la helada quemaba las malas hierbas (algo que no nos vendría ahora mismo nada mal). Es decir, un invierno como mandan los cánones representaba el mejor seguro contra el hambre y la carestía. La estación de boreas era temida por sus inclemencias, pero en ella se veía el germen de la esperanza, de la luz renacida y de la futura prosperidad.

Sin embargo, para los urbanitas del siglo XXI, que no llenamos los cántaros en las fuentes ni lavamos nuestra ropa en el río, para quienes la metáfora de la cornucopia consiste en un carrito de hipermercado hasta los topes, borrascas y tormentas no representan sino un terrible contratiempo, una contrariedad y una molestia. Y echan la culpa a Filomena, ¡pobre Filomena!, "Filomena a mi pesar", que diría ella misma parafraseando a Torrente Ballester si las bajas presiones tuvieran capacidad de pensar. 

Pero no, ella no es la culpable. La borrasca es borrasca y cumple su cometido, y el invierno es invierno y tiene su razón de ser en el ciclo natural. Somos los seres humanos, con nuestro ritmo frenético y nuestra absurda forma de vida los responsables del caos. Somos nosotros y nuestra injusticia estructural quienes hacemos que hoy haya gente helándose en las calles e infraviviendas sin medios para mantener calientes a sus ocupantes. Son nuestros gobernantes, incapaces de poner en marcha planes de emergencia quienes no dan la talla ante algo tan natural como que nieve en enero. 

Filomena, con sus temporales y tormentas no hace más que poner en evidencia lo que todo el año está ahí, aquello de lo que no nos ocupamos, porque solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y sopla el aquilón. 

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