viernes, 16 de diciembre de 2016

PLANTO POR HALAB

La medina y el zoco,
donde olores y aromas
perfumaban la vida
que bullía entre los pasos
y la algarabía de pregones,
hoy humean el hedor
de los cuerpos calcinados.

El caravasar, descanso
del peregrino de alma,
encuentro y acogida
para el nómada caminante
por las sendas de la seda,
ya sólo a la parca alberga
con su pútrida faz ensangrentada.

Callejuelas del silencio
por las que el amor se perdía,
murallas para contener
la memoria y el olvido
por siete puertas clausuradas,
yacen ahora en la escombrera
que sepulta la ignominia.

El sonido acompasado
en los versos del qudud
y las estrofas del máqam
con los acordes del tarab,
deleite y gozo del sammi’a,
se trocan en grito de muerte
que se quiebra en las gargantas.

Nada queda, sólo el macabro silbido
del misil, mensajero de horrores,
el negro repiqueteo de la metralla,
y el trueno fatídico del obús ciego.

Nada permanece.
                  Desolación.
                            Miedo.
                                      Angustia...

La angustia negra del abismo,
del crepitar infernal de las hogueras
que asola a la bella dama del Oriente,
desposeída de sus hijos sin piedad.

Los despojos de Halab se desangran,
mientras el mundo danza indiferente.

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