Me niego a poner la fotografía. No puedo. Es que casi no me salen las palabras mientras la pena, la rabia y la vergüenza se apoderan de todo mi ser. La pena porque no otra cosa puede inspirar la imagen de una criatura asesinada víctima de la iniquidad y la ambición de los poderosos que siembran la que debería ser hermosa faz de nuestro planeta de guerras, de muerte y de miseria; la rabia porque es el sentimiento que me embarga cada vez que un ser inocente e indefenso sufre cualquier tipo de maltrato o de muerte; y vergüenza, mucha vergüenza por pertenecer a la especie dañina y nociva que en vez de proteger a los suyos, los aniquila, a una humanidad indiferente ante tanto dolor y tanto desatino.
No pondré esa fotografía, esa terrible instantánea que me ha paralizado el corazón, por respeto a la criatura y a sus padres, que posiblemente también murieron mientras intentaban infructuosamente sacarlo a flote.
La humanidad se desangra en estas tragedias. Siria, la bella Siria, la tierra añorada de mi viejo amigo Abukassim, que a ella fue a morir tras muchos años en Sevilla invitándonos a su té negro y regalándonos sus historias en ese su peculiar castellano sin pes y sin íes, es hoy un infierno de desolación y muerte del que huyen estas pobres almas sin destino entre las que se encuentran esos niños y niñas que tendrían que estar correteando entre las faldas de sus madres, o portados a hombros por sus padres, seguros y felices, acunados por sus nanas en vez de perdidos en el mar de la aniquilación o intentando cruzar las alambradas del egoísmo europeo.
Esta entrada no tiene foto. No voy a utilizar su imagen. Era muy pequeño, inocente, muy indefenso, un ángel para arropar en el regazo, pero la iniquidad humana lo dejó, frío e inerte, a la orilla de una playa.
Como un ángel sin alas arrojado a las olas
que mecen y acunan tu sueño de muerte,
levedad de un suspiro que amamantó el miedo,
ternura truncada escupida a la arena.
La brisa es madre en la postrer caricia
para amortajar en llanto el horror del mundo,
criatura sin nombre en infancia clausurada,
inmolada en el ara de pertinaz locura.
Tu cuerpo curvado es un interrogante
que se clava cual hoz en nuestra indiferencia,
ofrendado en los brazos de la mar
como mudo alegato de la infamia,
cruel metáfora del humano desatino.
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