“¡No me da la gana!” Es lo primero que le sale decir a mi natural
rebelde y libertario ante el título de este panfleto que tanta polvareda está
levantando. Mas me paro a pensar, reflexiono y me digo: “¿Pero quién es esta
señora para mandar al resto nada? ¿Quién es la tal Constanza Miriano para
permitirse el lujo de decirnos a las demás lo que tenemos que hacer con
nuestras vidas?” Evidentemente, nadie, una periodista italiana que, a tenor de
las ediciones que el dichoso librito lleva en su país, se tiene que estar
haciendo de oro a costa del sensacionalismo que supone volver a colocarnos a
las mujeres sub iugo viri, una mujer
que debe de vivir en una flagrante contradicción diaria, puesto que piensa que
estamos hechas para el sometimiento y para volver a colocarnos debajo mientras
lleva una existencia de fémina independiente en su trabajo en la RAI. Nos
predica a las demás que callemos y soportemos el peso del servicio, pero ella
pretende convertirse en líder de opinión, ¿me lo explica, signora?
¡Ah, no, claro! Que es que lo suyo es más profundo, afirma, más
espiritual, que no tiene nada que ver
con tener una profesión o escribir un libro, sino con una actitud
interna, con un modo de relación, con una vivencia del matrimonio y las
relaciones entre hombre y mujer. Pues peor me lo pone. Sí, mucho peor, porque
mucho más fácil es liberarse de las sumisiones externas, del yugo que se ve,
que de ese que va por dentro, que se tiene interiorizado y se ha convertido en
una sutil celada autoimpuesta revestida de espiritualidad.
He de reconocer que si me hubiera topado en las estanterías de una
librería con esta obra, después de que el título me revolviera los higadillos,
probablemente lo hubiera dejado pasar sin pena ni gloria: el contenido no es
más que un batiburrillo en forma de cartas de tópicos trasnochados, tanto sobre
las mujeres como sobre los hombres, que parten de ese esencialismo barato según
el cual nosotras somos “mandonas”, controladoras y cotillas, y los hombres
egoistones, medio lerdos y cabezotas, y
una serie de exhortaciones para que nos acomodemos al papel que nos asignó el patriarcado
de mujeres consentidoras, sufridas y “con mano izquierda”. En fin, nihil novum sub sole, el mismo cuento de
siempre de Blancanieves hacendosa y sumisa salvada por un príncipe azul cuya
misión es defenderla hasta dar, si preciso fuera, la vida por ella, lo que pasa
es que ahora adobado con prédicas piadosas de una supuesta visión cristiana.
Evidentemente, ninguna de estas sandeces iba a hacer mella en quienes
ya tenemos el callo curtido y sabemos muy bien lo que queremos y lo que no, lo
que estamos dispuestas a dar y lo que nos gustaría recibir, pero en un país en donde todavía la violencia
contra las mujeres es una lacra y en donde el setenta por ciento (si han leído
bien, el setenta) de los adolescentes cree que los celos son una manifestación
de amor y que las chicas tienen que ser complacientes con sus parejas, que la
editorial de un obispado se permita sacar a la luz un libro, escrito para más
inri por una mujer, en el que se defiende una postura espiritual y psicológica
de sumisión de la esposa en el matrimonio es cuando menos una ligereza y una
temeridad, y un insulto a las mujeres en general. Y es que ese cúmulo de
lugares comunes y de despropósitos en forma de recomendaciones que es el libro,
con esta edición, reciben el beneplácito de los representantes de una iglesia
local: la diócesis de Granada, con lo que dejan de ser las opiniones, más o
menos desafortunadas, de una particular para recibir carta de naturaleza para
más de un feligrés o, lo que es peor, de una feligresa despistada que pudiera
tomarlo como palabra de Dios y creerlo a machamartillo.
Por cierto, que hablando de Iglesia, y con ella hemos topado, como
teóloga me pregunto cómo Constanza Miriano y los que de manera similar piensan
pueden defender en nombre de la fe cristiana la sumisión de las mujeres ni de
nadie, ¿en nombre de Jesús de Nazaret que instauró una comunidad de iguales?
¿Con la doctrina paulina en la mano cuando Pablo enseña que “ya no hay judío ni
griego, libre ni esclavo, varón ni mujer” (ad Gal. III, 28)? Si algo aprendí en
los años en que estudiaba y leía los textos y escritos de los orígenes del
cristianismo, canónicos y apócrifos, en lengua original es que lo que allí se
recoge va en la línea de la igualdad y la liberación, que su mística es mucho
más de este mundo que del otro, y que el tal Jesús rechazaba de plano esa
familia patriarcal en la que el varón tenía todas las prerrogativas, tanto que
él no formó una, y tuvo la osadía de rodearse de mujeres fuertes, como la de
Magdala, capaces de dar la cara cuando los varones de la comunidad corrían con
el rabo entre las piernas. Pero, es evidente que si ese Jesús volviera, lo
volverían a condenar los sacerdotes del Templo.
Y es que el cristianismo predica el amor y el servicio, sí, pero a
varones y mujeres por igual, y también dice “ama a tu prójimo como a ti mismo”,
como a ti mismo y no más, y que yo sepa en el evangelio no hay ningún
mandamiento específico para las mujeres que las convierta en alfombrillas de
los hombres.
Dice la Miriano que las feministas, entre las que desde aquí me
incluyo, que se molestan con sus palabras es porque “ni están tranquilas ni son
felices”. Pues mire usted, signora Miriano, venga usted acá pacá , como dicen en mi pueblo: tranquila, lo que se dice
tranquila, no estoy. Soy una mujer inquieta, un culillo de mal asiento, como
decía mi abuela, y en buena hora, que las mentes inquietas son las que hacen
avanzar el mundo, para tranquilidad, la de los cementerios. Pero lo que es feliz lo soy en la medida en que podemos serlo en este deslavazado mundo
en que nos ha tocado vivir. Y lo soy porque nunca tuve que someterme a nada ni
a nadie, porque el equilibrio en mi familia está en el respeto y la igualdad,
en que tanto mi pareja como yo sabemos ponernos abajo si hace falta y arriba
cuando es preciso, no en un juego de poder desigual de subyugación, porque creo
que ambos podríamos dar la vida por el otro, pero estoy segura que los dos la
daríamos por nuestro hijo y nuestra hija, y porque me casé, no por un
imperativo ni para buscar mi realización en el sometimiento, aunque fuera
revestido de mística, sino porque me dio la gana. Lo mismo que tengo amigas que
se sienten plenas y felices sin necesidad de haberse emparejado, porque, solas
o con acompañamiento de vida al lado, somos naranjas completas, redondas y
libres, sobre todo libres.