Mi infancia son recuerdos de un patio no sevillano, como el del poeta, sino de colegio femenino, de juegos "de niñas" y de una falda de uniforme que picaba horrores. También de recomendaciones del tipo "échate la ropa antes de sentarte y hazlo con las piernas cerradas", "aguántate las faldas que se te ve el culo" o "sé más femenina y menos desaliñada", y es que a mí siempre me ha molestado ir revestida, creo que mi estado ideal sería el del paraíso terrenal, y me encantaba que mi querido viento de levante me arremolinara los bajos.
En mis libros escolares apenas aparecían mujeres: Isabel la Católica e Isabel II y Rosalía de Castro en el de Literatura de segundo de BUP, más alguna mención de pasada a Beatriz de Galindo, Gertrudis Gómez de Avellaneda, mi querida Tula, Carolina Coronado o Marie Curie. Eso sí, el de Latín de tercero tenía en portada el busto de una patricia representado en un mosaico.
Mi adolescencia fue tiempo de rebeldía, de no acomodarme a los modelos al uso. Fui una chica rara a la que los amoríos interesaban poco, a la que los chavales de su edad le resultaban insulsos y las famosas conversaciones "de chicas" le hastiaban sobremanera. Sin embargo tuve muy buenas amigas. Las cosas cambiaban y por fortuna ya había muchos "bichos raros" como yo.
En mi juventud hay recuerdos que nunca debieron estar ahí. No puedo decir que me hayan marcado, gracias a que mi natural no es dado al reconcome, pero sobre todo, no lo han hecho porque en esos momentos siempre me negué a ser el sujeto pasivo: borderías, "piropos", tocamientos, exhibiciones no deseadas, sustos... Sin embargo, estos incidentes jamás debieron ocurrir, ya que, fuera cual fuera mi actitud hacia ellos, me pasaban por el mero hecho de ser mujer, por ser una chica a la que le daba la gana llevar la falda corta, volver sola de noche por las callejas del Barrio de Santa Cruz o simplemente tener la osadía, ¡madre mía!, de ir salir a en pleno día a la calle, ¿quién ha visto tal atrevimiento?
Hoy también quiero tener un recuerdo para esos profesores que todavía nos miraban con condescendencia a las estudiantes y también para aquellos ante los que tuve que plantar mis armas (Latín, Griego, Hebreo y conocimientos de crítica literaria y exegética) para dejar de ser "la niña" en Teología, pero sobre todo para aquel patrono que rechazó la propuesta de otros profesores (los que reconocían mi valía sin mirar sexo) para que me hiciera cargo de la asignatura de Latín porque "una mujer nunca ha sido profesora del CET". Veintidós años y primer desengaño laboral.
Y sí, en mi vida ha habido de todo. Tengo que reconocer que más bueno que malo: siempre he tenido grandes amigos varones muy cómplices, sé que he sido y soy valorada por mi trabajo y por mis escritos y en la cuestión sentimental el balance de mis experiencias es positivo.
En esta mirada retrospectiva de 8 de Marzo, soy consciente de que al lado de otras mujeres, puedo considerarme una privilegiada: en medio del sistema patriarcal en el que todos, hombres y mujeres, vivimos, no he sufrido mutilaciones en mi cuerpo ni he sido obligada a casarme de niña con un desconocido, he podido estudiar aquello que elegí y desarrollar mi vocación profesional con más o menos trabas, manejo mi propio dinero, fui madre cuándo y cómo quise, y nunca ninguna pareja me ha maltratado ni física ni psicológicamente.
Y ahora vendrán los que digan que de qué me quejo, que para qué reivindicar, si ya está todo conseguido, al menos en nuestra sociedad.
¿Para qué?
Pues muy sencillo. Ya va por delante que he dicho que me considero una privilegiada, pero también que no soy paradigma de nada. Mientras una sola mujer sea discriminada, en cualquier sociedad, por el mero hecho de serlo, habrá que seguir luchando.
Pero es que además, a esta "privilegiada" la educaron de modo diferente a sus hermanos varones, la trataron a veces como un objeto del que se puede opinar con descaro y al que se puede manosear, intentaron (porque en mi caso no pudieron) coartarle su sacrosanta libertad de vestir como mejor le pareciera y de ir a donde le diera la gana a la hora que mejor le conviniera, todavía la miraron ciertos dinosaurios académicos (que no fueron mayoría, pero más de uno hubo) con condescendencia y le negaron su primera oportunidad laboral por llevar faldas (por cierto, el que se la negó también las llevaba). Así que, de ahí, para abajo.
Porque aunque lo mío no ha sido lo más grave, no quiero que mi hija tenga que pasar por ello. Por eso a mi hija la he educado igual que a su hermano, sin ningún plus ni de sumisión ni de pudor. Pero, desgraciadamente, a la sociedad todavía le falta mucho para garantizar que nuestras hijas no vayan a ser discriminadas, tratadas como objetos, violentadas o maltratadas.
Para dejar un futuro mejor a las que nos sucederán, en memoria de las que nos precedieron y para reivindicación de las que hoy todavía están oprimidas, seguiremos en la brecha. Es día de reivindicación, pero desgraciadamente todavía no lo es de felicitación.
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