Lluéveme
con el resplandor nómada
de las
luminarias que pueblan tu universo
y en
veloces ráfagas de azul cortan el horizonte
sobre
el lecho tórrido y silente de las horas.
En la
epidermis nocturna de salobres claroscuros
sea la
quietud morosa de tu brisa
abrazo
que me envuelva en algas y humedades,
jugando
a ser perseida entre tus manos.
Llórenme
tus lágrimas en tibias oleadas
de
orbital trayectoria al eje de mi centro,
meteoros
de luz surcando un infinito,
polvo
de eternidad que abrasa mi regazo.
Tras una noche mágica de risas y amistad a la orilla de la mar de la Bahía Gaditana con las Perseidas que surcaban el cielo como mudos testigos, ha surgido este poema. Dicen que si ves una estrella fugaz debes pedirle un deseo. A nosotros, la verdad, es que anoche muchas se nos escaparon y otras pasaron tan raudas que apenas daba tiempo a poner mentalmente palabras a un anhelo, pero en realidad no hacía falta, pues estoy segura que todos queríamos lo mismo: como cantaba la ya inmortal Chavela Vargas, "ojalá que nos vaya bonito, ojalá que se acaben las penas".